martes, 20 de marzo de 2012

Es fútbol, muchachos; sólo fútbol


Estoy de acuerdo con que la AFA no tiene un sistema de justicia deportiva confiable. Fallos distintos ante situaciones similares, fallos reñidos con las reglas, fallos a medida del lobby que sea capaz de hacer el dirigente del club infractor y mil etcéteras refuerzan esta certeza. No hay dudas de eso, no está en discusión.

La convicción precedente, sin embargo, no sirve de ninguna manera como explicación ni atenuante para hechos como los ocurridos en el estadio de San Lorenzo el último domingo, tras el partido contra Colón. Una cadena de sucesos que debería avergonzarnos en nuestra condición de seres civilizados aficionados al fútbol.

Ya se ha analizado profusamente la jugada en cuestión y parece acreditado que Abal hizo una errónea interpretación de la recomendación que la FIFA había emitido para ese tipo de situaciones. Pero por seguro que se esté del error cometido por el árbitro (que no tuvo veinte repeticiones ni ángulos distintos para observar el movimiento de José Palomino), no se puede querer linchar al árbitro en su salida del campo de juego, no se puede permitir (si no, directamente, alentar) el ingreso de particulares y/o barrabravas a sectores restringidos en una pretendida búsqueda de “justicia”. Mucho más, cuando –por ejemplo- la misma gente de San Lorenzo festejó un error mucho más grave de Carlos Maglio en la decimoséptima fecha del Apertura pasado contra Tigre (rival directo en la pelea por la permanencia), cuando convalidó un gol de Nicolás Bianchi Arce que debió ser anulado por una grosera falta previa de Cristian Tula a Carlos Casteglione. Primera conclusión, básica, casi obvia para todo verdadero amante de cualquier deporte: los errores arbitrales van y vienen. Lo que hoy es un perjuicio, ayer fue o mañana será un beneficio. Es parte del juego y hay que entenderlo y aceptarlo así.

Antes de irnos de este ya famoso partido, detengámonos para este párrafo en la actitud casi antiprofesional de los jugadores de San Lorenzo, con Palomino a la cabeza: se desentendieron de la jugada al ver al asistente Fernández con la bandera levantada, cuando hasta en el fútbol infantil se tiene claro que el único elemento –y ningún otro- que detiene el juego es el silbato del árbitro; y no hay ninguna duda de que el de Diego Abal jamás sonó en la mentada situación.

Todo lo acontecido en el Nuevo Gasómetro es el punto de partida para una serie de reflexiones.
No se puede desde los medios fogonear la violencia, ya sea por desconocimiento o búsqueda de rating. Está bien citar el error de Abal, analizarlo y, fundamentalmente, enseñar de qué se trata. Está mal demonizar al árbitro arrojando sobre él un manto de sospecha. Si hay elementos que lo comprometen, hay que hacer la denuncia; si no, hay que aceptar y tolerar el error ajeno con la misma indulgencia con la que dejamos pasar los propios. Está mal mostrarse comprensivo y casi entender como lógicas las reacciones violentas, aunque sea amparándose en lo comentado en el primer párrafo de este texto. Nunca está bien la violencia. Nunca, por ninguna causa. Se trata de hacer el trabajo con buena leche.

No se puede, desde el amor a un club, creer que la justicia pasa por romper todo (hasta el propio estadio) y linchar a un árbitro que cometió una equivocación o, peor aún, amenazar a su familia y alentar a un ataque físico contra él publicando en foros de hinchas su domicilio y su número de teléfono. No se puede, como persona de bien, gritar a los cuatro vientos ante una eventual injusticia perjudicial y, luego, entender la beneficiosa como una justa compensación, porque así no se está buscando justicia, sino solamente fallos favorables, dando igual que sean justos o injustos. No se puede, desde la angustia que genera la situación deportiva, pensar que todo se debe a una confabulación siniestra tendiente a hacer descender a un equipo que, especialmente desde sus últimas conducciones dirigenciales, hizo más que sobrados méritos para estar donde está.

jueves, 29 de julio de 2010

No hay mal que por bien no venga, Diego

En el texto anterior hice un elogio del ciclo mundialista de Diego Armando Maradona. Desde los números, ha sido el mejor rendimiento de las últimas décadas exceptuando el título del 86 y el subcampeonato del 90. Desde el juego, esto ya es una opinión, el equipo de Maradona no fue menos que los de Passarella y Pekerman y pudo mostrar más que el de Bielsa (esto último, además, tiene el valor de estar siendo escrito por un bielsista confeso e incondicional).
Todo hacía pensar que Diego iba a seguir. Esa era la sensación en los días que siguieron a la dolorosa eliminación a manos de los alemanes en Ciudad del Cabo. Pero no fue así y de una manera absolutamente desprolija y poco decorosa, Maradona se enteró por cadena nacional y de boca del vocero de la AFA que su vínculo no sería renovado.
La respuesta demoró un día. En su primera conferencia como ex entrenador del seleccionado argentino, Diego leyó un comunicado que había sido redactado por uno de sus asesores legales. En él dijo que lo llamaron a apagar un incendio (cosa cierta), que lo apagó (podríamos concedérselo) y que ahora que podía empezar su propio ciclo le niegan la oportunidad. Acusó a Julio Grondona de haberle mentido y a Carlos Bilardo de haberlo traicionado. Dijo que tuvo una eliminatoria dura con equipos difíciles (N. del R.: cinco de los nueve rivales fueron Venezuela, Bolivia y los vestigios de lo que alguna vez fueron Perú, Ecuador y Colombia). Pero no emitió una sola palabra de autocrítica. Dijo que él y sus colaboradores la hicieron hacia adentro. Aquí llama la atención cómo Diego entiende que él puede reservarse para sí y los suyos sus errores, miserias y carencias mientras se permite hacer acusaciones del tenor de la que les hizo a los mencionados más arriba, por más razón que pudiera asistirle.
También aquí es notable lo de algunos periodistas, con alguna excepción, tomando partido sin reparos. Es verdad que no resulta muy difícil elegir entre Grondona y Maradona a favor del “Diez”, pero quizás hayan perdido de vista que estamos hablando de la Selección y que el cometido es buscar lo mejor para ella por encima de los nombres, aunque se trate del del propio Diego. El Diego que, lamentablemente para nosotros, ya no juega. El Diego al cual el peso de su nombre y su historia catapultaron a una función para la que no estaba suficientemente preparado. Sólo él podría haber accedido a dirigir a la Selección mostrando como únicos antecedentes dos intrascendentes y breves ciclos dirigiendo a Deportivo Mandiyú y a Racing Club a mediados de la década del 90. Desde que dejó de jugar en 1997, su relación con el fútbol tuvo que ver mucho más con lo sentimental que con lo práctico, con todos los vaivenes que su vida tuvo en ese mismo lapso. Diego fue claro: “me llamaron para apagar un incendio”. Tan cierto como que él pensó que por ser él podría apagarlo sin traje de amianto, sin casco, sin mangueras y hasta sin agua; tan cierto como que creyó que con la sola mención de su nombre sería suficiente, como cuando jugaba.
Diego hizo de su gestión en la Selección un conflicto casi permanente, abriendo frentes por todos lados. Con Grondona por Ruggeri, con Riquelme por los códigos, con Bilardo por Mancuso, con los dirigentes de River por el Monumental, con Pelé por lo de siempre, con algunos periodistas porque los invitó a seguir chupándola y otra vez con Grondona por la gira previa al Mundial; y estos no son todos.
También se mostró irreflexivo ante situaciones clave: defendió a ultranza el derecho de los bolivianos a jugar en la altura de La Paz con lo que ello representa para los jugadores que habitualmente se desempeñan a nivel del mar. Pero en un exceso de esa noble y deportiva actitud, mandó a su equipo a jugar con un planteo que ignoraba esa dificultad científicamente comprobada y un equipo de la Primera C del fútbol mundial terminó regodeándose y metiéndole un humillante 6 a 1 a un conjunto de estrellas internacionales. Una vez más, sólo el poder de su nombre evitó lo que para cualquier técnico habría sido la inmediata eyección de su puesto. Esa irreflexión también le impidió situarse en el rol de técnico a la hora de tomar algunas determinaciones. Diego vive, piensa, razona y ejecuta todavía como jugador; él hace lo que habría esperado que su técnico hiciera con él cuando jugaba; y a veces hay que hacer lo contrario. Si un jugador no muestra un buen nivel, bancarlo “a muerte” termina exponiéndolo, por más buena intención que llevara la decisión de sostenerlo.
A pesar de este raconto de cuestionamientos, también es justo decir que Diego vive, respira, sueña y suda fútbol; y que además de todo esto lo conoce y lo entiende como pocos. No hay muchos de los que se pueda aprender y dé tanto gusto escuchar cuando se refiere específicamente al juego como él.
Por eso, no hay mal que por bien no venga. Ojalá Diego (hace unas cuantas líneas ya que dejé de usar su apellido) pueda capitalizar esta experiencia. Ojalá se decida definitivamente a ser técnico y se dedique de lleno a dirigir. Que entrene equipos u otras selecciones, que gane cosas, que se pegue más porrazos, que se enriquezca para esta nueva etapa de su relación con el deporte del cual es el dios viviente.
Así, dentro algunos años llegará otra vez a la puerta del predio de Ezeiza, le entregaremos un buzo celeste y blanco, un silbato y le diremos: “¡pase Maestro; lo estábamos esperando!”

sábado, 26 de junio de 2010

Nobleza obliga

Es muy importante para mí escribir esto antes del partido de mañana ante México. ¿Por qué? Por una razón muy simple: para que los resultados no sean un condicionante a favor ni en contra.
El 30 de octubre de 2008, el mismo día en que Diego se hizo cargo de la Selección, expresé lo que sentía y pensaba acerca de su designación y también dije que me encantaría tener razones en algún momento para escribir que aquel texto contenía conclusiones equivocadas.
En eso estoy en este momento. Ahora, que los nuestros cumplieron holgadamente con el mínimo exigible y antes de que se metan en la etapa de la búsqueda de logros importantes. Ahora, que todavía no se ganó nada y antes de que el análisis se contamine irremediablemente por la influencia del "diario del lunes".
Me pone muy feliz la actualidad de Diego Maradona. En el texto que cité antes hice una sentida mención de lo que él significa para todos los que amamos el fútbol y tenemos la enorme fortuna de ser argentinos para haberlo disfrutado en la cancha teniéndolo de nuestro lado. Pero, al mismo tiempo, la razón me llevaba a tener reservas y a no ser muy optimista.
Ha pasado el tiempo y mucha agua ha corrido debajo del puente. Este presente de Maradona no sólo me alegra por la cuestión sentimental de la gratitud que siento por él. Noto, además, un enorme y positivo cambio. La Selección que está jugando el Mundial no tiene nada que ver con aquella que fue a Uruguay en noviembre con la posibilidad latente de quedarse fuera. Aun a riesgo de pecar de insistente, repito que no estoy refiriéndome a los resultados deportivos.
Esta saludable realidad tiene que ver con otros aspectos. Por ejemplo, con la sólida cohesión que muestra un equipo argentino plagado de figuras, esas que muchas veces tienen problemas para controlar su ego y subordinarse sin condiciones al interés colectivo representado por las decisiones del entrenador. Diego Milito, por sus logros en la última temporada, podría ser considerado uno de los tres delanteros más importantes del mundo. Hoy por hoy es una estrella, sin dudas. Sin embargo, se banca sin chistar ser suplente y hasta se lo ve festejar con honesta alegría los goles de otros que están en el lugar en el que él seguramente quiere -y merece- estar. Demichelis comete un error costoso contra Corea del Sur y lo primero que hace Diego al finalizar el partido es correr a abrazarlo delante de todo el mundo, como inequívoca señal de apoyo irrestricto. Los encuentros con los periodistas son relajados, con conceptos firmes y sin demasiados conflictos innecesarios, de esos que a veces van a buscar algunos impresentables que quieren convertirse en la vedette de la conferencia. Punto a favor de lo que parece ser una clara pauta de conducta, muy distinta de la del Diego de poco tiempo atrás.
No vale la pena desmenuzar también en este espacio las virtudes futbolísticas y las debilidades, que también existen, de nuestro seleccionado. Abundan los análisis tácticos y estratégicos y muchos los hacen mejor que yo. Sí me gustaría destacar, como para retomar la autocrítica de aquella primera impresión de octubre de 2008, que el equipo demuestra trabajo. Se ven claros movimientos de sincronización en la dinámica del juego y también variantes en la utilización de situaciones de pelota detenida. Los cambios que decide el entrenador, más allá de que den puntualmente el resultado buscado, responden siempre a una lógica.
Como si algo faltara para que su nombre se haya convertido para nosotros en un sinónimo del deporte que tanto amamos, Diego ya no sólo vive, sueña, respira y suda fútbol, sino que también lo piensa; y con la misma lucidez con la que dejó solo a Burruchaga contra Schumacher en el 86 y a Caniggia en la calurosa tarde de Turin en el 90, ahora, desde el otro lado de la línea de cal, arma y hace jugar a su equipo.
Creo -espero que así sea- que ahora se entiende un poco mejor por qué es hoy que quiero publicar este texto. Porque todo lo que me gusta del ciclo de Diego Maradona como entrenador nacional no tiene que ver con la estadística. Los años de periodismo con Víctor Hugo -el Más Grande- me han inculcado la vocación de no convertirme en un mero comentarista de resultados. Por eso quería quería decir esto hoy, antes de que se juegue el partido contra México por los octavos de final del Mundial. Porque quiero que quienes se toman la molestia de seguir este espacio, al que tenía bastante abandonado, sepan que, aunque los aztecas nos dejen con las manos vacías mañana, lo que pienso es esto. Que noto un cambio, que me parece muy positivo y que hoy me alegra tener muchas razones para escribir lo que están leyendo.
Nadie como Diego Armando Maradona merece que le vaya bien con el seleccionado argentino, cualquiera sea el lugar desde el cual se relaciona con ella; y nadie como él se merece estas líneas reivindicatorias de quienes lo queremos bien y le estaremos siempre agradecidos, aunque aterrice en Ezeiza con la copa el 12 de julio o regrese a nuestro país antes de esa fecha y con las manos vacías.

viernes, 16 de octubre de 2009

Autocrítica, divino tesoro

No resiste demasiado análisis el hecho de que bajo la conducción de Diego Armando Maradona en el rol de entrenador a la Selección Argentina no le ha ido nada bien. Terminó cuarta en una eliminatoria hecha a la medida de los grandes del continente. Es cierto que la herencia que dejó Basile no era fácil de remontar, pero Diego no le hizo ningún aporte sustancioso al cambio de rumbo y los pocos en los que hizo notar su mano contribuyeron a empeorar el panorama. Errores tácticos de principiante en el partido de La Paz ante Bolivia le hicieron sufrir una cachetada que habría significado el final de cualquier otro entrenador. Ante una derrota con idénticos números contra Argentina, Hernán “Bolillo” Gómez debió dejar el representativo ecuatoriano argumentando que ese 1-6 era un resultado “sacatécnicos”. Diego sobrevivió, aun cuando el claro desnivel de jerarquía a favor del equipo argentino era una agravante para semejante caída. En poco más de cinco años a cargo de la Selección y con dos ciclos mundialistas desde su inicio –el segundo trunco-, Marcelo Bielsa nominó ciento diez jugadores; en cambio, con once meses en la gestión y habiendo asumido un año y medio antes del Mundial, lo que equivale a la etapa de definiciones del proceso camino al máximo torneo, Maradona convocó a casi ochenta jugadores; a Sudáfrica sólo podrá llevar veintitrés. Hubo muchachos a los que convocó y borró sin que una u otra decisión parecieran respaldadas por algún criterio razonable. Arrancó con gran dedicación, viajando al encuentro de sus futbolistas en cualquier lugar del mundo en el que los jugadores se desempeñaran, pero el ritmo de entrenamiento de los últimos tiempos distaba de ser el acorde a la exigencia de la altísima competencia. Esto no es hacer leña del árbol caído; en un texto que publiqué el mismo día en el que Diego se hizo cargo del seleccionado, dejé claro qué pensaba de su designación.
El 11 de julio de 1982, Enzo Bearzot estaba en su día de gloria. Minutos antes, el equipo que dirigía, la Selección de Italia, le había ganado por 3 a 1 la final del Mundial de España a Alemania en el estadio Santiago Bernabéu, en Madrid. El entrenador y sus dirigidos habían sido ferozmente criticados durante todo el proceso que los llevó hasta la definición contra los germanos. Llegado a la conferencia de prensa tomó su lugar, observó al auditorio, miró a los periodistas –entre los cuales reconoció a varios de sus críticos- con una evidente ansia de revancha y tomó la iniciativa con una pregunta hacia ellos que tenía más filo que un puñal: “¿ Y ahora?”
Algo más de veintisiete años después, Diego Armando Maradona eligió otro camino para tomar su desquite. Tras la victoria 1 a 0 ante Uruguay en el mismísimo estadio Centenario, festejó dentro de la cancha más como hincha que como entrenador. No estamos acostumbrados a cosas así en ese nivel de competencia, pero no caben reproches serios por eso. Un rato más tarde, en la conferencia de prensa, supuestamente con las pulsaciones otra vez en su ritmo normal, se despachó con las guarangadas y obscenidades que todos conocemos y no vale la pena repasar. No es necesario, la conducta de Diego frente a la prensa mundial en ese encuentro no resiste análisis. Fue un mamarracho impropio de alguien con esa responsabilidad. Eso está claro.
Pero me gustaría ir un poco más allá en la observación y asir la lupa sobre lo que hay dentro del impresentable envoltorio que Diego le puso a su bronca. Esta, me parece, fue la primera vez en la que tuvo que enfrentarse con la prensa especializada en fútbol. Hasta el miércoles, sus mayores choques se habían producido contra quienes desde el periodismo de actualidad cubrían los vaivenes de la vida extrafutbolística de Maradona con un tinte intensamente amarillo. Ahora, en cambio, había notado que desde el ámbito desde el cual muchos antes lo alababan incondicional e interesadamente y se habían beneficiado con su “amistad” ahora se cruzaban de vereda. En su concepto, lo habían traicionado. Diego cometió el grave error de generalizar y no marcar puntualmente a los destinatarios de su grosería, salvo a uno que estaba en la conferencia y fue desubicadamente abordado por el Diez, pero creo que no está del todo errado en su diagnóstico.
Desde mi punto de vista, muchas actitudes de algunos que dicen trabajar de periodistas son un atentado al periodismo. Como amante de esta profesión, después del triunfo ante Uruguay me dio pena ver cómo las dos pretendidas estrellas de la cobertura en campo de juego corrían ansiosamente detrás de los jugadores a los que segundos antes habían visto dedicarles cantitos hostiles a los “putos periodistas”. “Diego, amigo”, decía el cronista-cantante que intentaba hablar con él. En esos remedos de entrevista que tuvo con los jugadores no aludió ni mínimamente al tema, ni siquiera ante la encomiable mesura y ubicación que mostró Juan Sebastián Verón frente a los micrófonos. En el multimedios en el que trabaja el periodista que se cruzó con Diego en la conferencia de prensa, todos los cañones estuvieron apuntados a despedazar a Maradona haciendo un minucioso análisis de su campaña como nunca antes se lo habían permitido. Todos los periodistas del grupo aportaron sus piedras al intento de lapidación, en una muestra del más ramplón corporativismo, el mismo que inundó a casi todos los medios desde que se produjo el indefendible exabrupto de Maradona. Para eso sí hay unión; para atacar sin cuartel y desde todos los frentes a cualquiera que ose cuestionar a esta inagotable fuente de virtud impoluta que cree ser el periodismo argentino, ese que vive buscando la paja en el ojo ajeno sin ver la viga en el propio y exigiendo autocrítica de todo el mundo cuando ha sido y es incapaz de ejercerla, a pesar de lo mucho que la necesita.

miércoles, 19 de agosto de 2009

Cromañón y una sed que no se sacia nunca

El solo intento de representarnos el dolor de los familiares de las víctimas de República de Cromañón produce escalofríos a los que nunca padecimos pérdidas directas como consecuencia de una catástrofe de esas dimensiones. Perder a un hijo debe ser, sin dudas, lo peor que puede presentarle la vida a una persona; y la mayoría de los militantes en la búsqueda de justicia por estas ciento noventa y cuatro muertes son padres con el alma destrozada y su vida indeleblemente marcada para siempre. Por esto, nuestra solidaridad siempre estará con ellos.
El presidente del tribunal leyó primero las sentencias condenatorias, que fueron duras –justas, de acuerdo a las declaraciones de los familiares de las víctimas- con Chabán, Argañaraz y el subcomisario Díaz, de la Policía Federal. Villarreal –mano derecha de Chabán- y los funcionarios públicos que tenían a su cargo las habilitaciones de locales como el de la tragedia recibieron penas menores, todas ellas por debajo del monto mínimo exigido para que sean de cumplimiento efectivo. La debacle llegó a la sala cuando el mismo juez dio a conocer la parte del fallo en el que absolvió a todos los integrantes del grupo Callejeros.
Algunos parientes de víctimas que presenciaban la lectura de la sentencia perdieron el control, insultaron a los músicos y a varios debieron desalojarlos por la fuerza cuando desde la parte superior los partidarios de los acusados dejaron caer papelitos a modo de festejo por la parte de la resolución que los liberaba de culpa y cargo. A esto, los mismos padres que calificaron de justas a las sentencias condenatorias respondieron con todo tipo de acusaciones a los jueces. No estoy en condiciones de hacer una valoración jurídica del fallo; por eso, a pesar de que no puedo entender bien por qué se deslindan tan desproporcionadamente las responsabilidades del manager con respecto a las de los músicos, entiendo que si las condenas fueron aplicadas por el mismo tribunal en todos los casos, los veredictos fueron consecuencia de valoraciones elaboradas sobre la base de idénticos criterios de evaluación de la prueba aportada por todas las partes del proceso. Es decir, que todos fueron medidos con la misma vara.
Como última referencia al caso judicial en sí mismo, a mí también me habría gustado verlo a Aníbal Ibarra en el estrado. Si los funcionarios del gobierno de la Ciudad que fueron condenados por su participación por acción u omisión en los hechos hubiesen sido designados por concurso de antecedentes, la cadena de responsabilidades podría agotarse en ellos. Pero a mi entender, y al tratarse de nombramientos políticos, el que los nominó debe responder por aquellos a quienes les confió una función para la cual no eran técnica ni moralmente idóneos.
Esta compleja situación invita a otros análisis. Como en tantas facetas de nuestra agitada vida de sociedad, aquí también los límites quedaron absolutamente borroneados. Desde aquel 30 de diciembre de 2004, los familiares se han apropiado de un tramo de una calle de la ciudad para utilizarlo como santuario para recordación de las víctimas. De nada sirvieron los numerosos intentos de las sucesivas autoridades comunales por liberar otra vez el tránsito por la calle Bartolomé Mitre. Los familiares han tomado cada uno de esos intentos como una amenaza de agresión; pero esa determinación perjudica a miles de personas que ninguna responsabilidad tienen por semejante desastre y no resulta imaginable que en otro lugar del mundo en el que impere la ley pueda ocurrir algo similar. Se entiende el dolor, se lo acompaña; pero eso no puede llevarnos a permitir todo.
Aunque su accionar fue el disparador de este texto, no se trata de cargar únicamente contra los familiares de las víctimas de Cromañón. Un grupo de “asambleístas” mantiene cortado desde hace casi tres años el principal cruce vial a Uruguay en protesta por la instalación de una industria presuntamente contaminante sobre la costa vecina del río que nos separa geográficamente con el país hermano. De la misma manera, la interrupción del tránsito en distintas vías se ha convertido en el método preferido de la protesta, a veces en defensa de intereses muy puntuales, que terminan descargando su frustración y su bronca contra quienes nada tienen que ver con las causas de su manifestación. Todos tenemos derecho a hacer conocer nuestros reclamos; es una atribución ciudadana que no se discute. Pero eso no convalida tomar como rehenes a otros ciudadanos, posiblemente perjudicados por las mismas anomalías, por lo cual el corte los convierte en víctimas al cuadrado.
¿Por qué nos pasan estas cosas? Habrá sociólogos y estudiosos que puedan encontrar explicaciones científicas a nuestros comportamientos. Pero desde el llano en el que nos encontramos surgen algunas ideas. La sentencia por la tragedia de Cromañón no será la primera vez –en este panorama tampoco la última, lamentablemente- en la que alguna de las partes siente que no se ha hecho justicia. No sólo eso; a esa presunta injusticia, además, se la relaciona con algún tipo de corrupción. Desde los sucesivos gobiernos, con el inestimable apoyo de nuestra pasividad, se han hecho incalculables aportes a la degradación de la calidad de nuestras instituciones. Para decirlo sin rodeos, nadie cree en nadie. Existe la sensación de que el que tiene dinero, cercanía al poder o ambas cosas puede utilizarlas como antídoto contra la aplicación de la ley cuando ésta afecta a sus intereses. El que no cuenta con ninguno de esos recursos, siempre de acuerdo a esa misma sensación, tendrá dificultades si se aparta del marco legal vigente y hasta podría llegar a tenerlas aún sin excederse de los límites que establece nuestra legislación.
El hilo de todo este análisis conduce a una inevitable conclusión, a la que uno lamenta profundamente llegar: nos han –nos hemos- acostumbrado a convivir con una permanente y repugnante sensación de impunidad; y cuando su justicia no tiene una sólida credibilidad, cualquier sociedad tiene sus cimientos peligrosamente socavados.

lunes, 17 de agosto de 2009

El fútbol, la TV y los dirigentes

La decisión de los dirigentes de la Asociación del Fútbol Argentino de rescindir el contrato de “asociación” con la empresa adjudicataria de los derechos de televisación de los campeonatos puso dramáticamente al descubierto una situación que era cada vez más difícil de disimular. No vale la pena hacer mención en este espacio a los perjuicios que ese vínculo le produjo a nuestro deporte preferido. Abundan en todos los medios los detalles que lo convertían en un contrato leonino.
Sí será interesante hacer hincapié en el rol que les cupo a los dirigentes de los clubes en el deterioro de la actividad. Salvo excepciones como Estudiantes de La Plata, Vélez o Lanús, la mayoría de las instituciones se encuentra concursada, en quiebra o cerca de alguna de estas instancias legales; y la sensación que muchos tenemos es que esto no es sólo consecuencia de la voracidad del grupo Clarín. Para ser claro: todo el mundo del fútbol conoce situaciones puntuales que sirven como ejemplo de administraciones que, en el mejor de los casos, pueden ser calificadas como negligentes. Otras son simplemente dolosas.
El presidente de un club muy importante de la Capital Federal recibió una vez un llamado de una empresa multinacional, que quería proponerle el siguiente acuerdo: la compañía costearía los gastos de remodelación y modernización del estadio a cambio de que por un lapso determinado el “palacio” llevara el nombre de la gaseosa más famosa del mundo. En la reunión, para la cual nadie debió trasladarse demasiado porque el estadio en cuestión y la empresa se encuentran sobre la misma avenida porteña, el presidente del club se despachó con una pregunta que dejó pasmados a sus interlocutores de la otra parte; “¿Cuánto hay para mí?” dijo en castellano y no en inglés. Así se terminó la charla y, con ella, la posibilidad de que el club pudiera engrosar sus arcas con un ingreso genuino. Ese mismo presidente, en diciembre de 2007, despedazó mediáticamente a otra ex gloria de ese mismo club que, habiendo sido entrenador del equipo, había pretendido cobrar por su trabajo. El ataque fue de lo más bajo, porque recurrió a “tirarle a la gente en contra” acusándolo de “traidor a los colores”. Ese mismo presidente tomó el recaudo de sacar del concurso de acreedores y ordenar el pago directo de los montos que a él mismo se le debían de las épocas en las que estaba a cargo del plantel de Primera División del mismo club.
Más conocido es el caso de los juveniles de River que, por un acuerdo defendido públicamente por los dirigentes encabezados por el presidente José María Aguilar, estaban a disposición de Villarreal, de España. El paquete incluía a dieciséis futbolistas por los cuales el club español pagaría tres millones y medio de euros por el cincuenta por ciento de sus pases. Cabe aclarar que ese podía ser el valor de transferencia individual de más de uno de los integrantes de esa especie de “Cajita Feliz” que habrían preparado los dirigentes (ex) Millonarios.
Racing Club Asociación Civil había dejado de existir como tal en 1999, de acuerdo a la histórica frase de la síndico Liliana Ripoll. Después de décadas de administraciones nefastas sin solución, la “Academia” había quebrado. En un país normal, habría que haberla refundado y debería haber empezado otra vez en Primera D. Acá, con lo peor de la política a su favor, no sólo se quedó en Primera, sino que dos años después se coronó campeón.
Hay más: periodistas partidarios muy bien informados cuentan indignados que en un club grande de la Capital Federal los jugadores firman recibos por el doble de lo que ingresa en sus cuentas, aunque de las arcas del club sale el monto que figura en el papel rubricado por los futbolistas. Como se ve, este club y el primero de los referidos en este texto también juegan su clásico en lo dirigencial, en el cual ambas instituciones pierden por goleada.
Más allá de estos casos puntuales hay un aspecto que los engloba a todos, incluso a los mejores administradores. Todos los clubes tienen su respectiva barra brava (algunos tienen más de una), que suelen tener un alto costo de manutención. A las entradas de favor, las facilidades de traslado y alojamiento para los encuentros como visitante y los aportes monetarios que reciben de parte de dirigentes y jugadores hay que sumarles las enormes erogaciones que las instituciones deben afrontar en dispositivos de seguridad generalmente sobredimensionados e ineficientes, pero siempre exageradamente costosos.
Todo lo anterior no quita que la decisión de rescindir el contrato haya sido una medida apropiada por parte de la AFA. Pero de nada servirá semejante paso si esta trascendental determinación no va acompañada, hasta diría precedida, de un impostergable y sincero mea culpa de los dirigentes. Así como advirtieron el grave error que cometieron al permitir esa relación contractual, quizás haya llegado también la hora de que se den cuenta de que este sistema paternalista y casi mesiánico que gira alrededor de la figura de Julio Humberto Grondona está agotado, que fue convirtiéndose en cenizas por el fuego de sus propios vicios en el transcurso de los últimos treinta años. Resulta insultante a la inteligencia media de todos nosotros que señores que administran maravillosamente sus finanzas personales le adjudiquen sólo al vergonzoso vínculo con la televisión el estado terminal de los clubes que ellos manejan.

miércoles, 12 de agosto de 2009

De regreso en la web

No podría empezar este texto de otra manera que no fuera agradeciendo; y esa gratitud va dirigida a mucha gente que desde mi desvinculación de radio Continental me ha hecho llegar de diversas maneras sus muestras de apoyo y solidaridad.
Con esta salida se cerró una fantástica etapa de mi vida. Fueron trece años en los cuales pudimos practicar el periodismo en las condiciones en las que alguna vez lo soñamos: con entera libertad, sólo con las limitaciones que pudieran imponernos nuestra propia capacidad y la ética profesional. Fueron trece años en los que tuve la incomparable oportunidad de viajar, de conocer otros países y otras culturas, de ver que hay gente que en otros lugares del planeta hace las cosas de manera diferente y que, además, en algunos de ellos las hacen mejor que nosotros y en otros peor. Fueron trece años en los que tuve el enorme privilegio de trabajar al lado de un monstruo del periodismo como Víctor Hugo Morales, quien, en mi opinión, por estos días es protagonista del hecho más importante de la historia del periodismo deportivo de nuestro país. Ojalá la profesión sea conmigo más generosa aún que lo que ya fue y vuelva a permitirme el honor de formar parte de algún equipo suyo.
No hay mucho por ahora que pueda decir acerca de mi salida de la radio. En resguardo de mi situación legal ante la demanda que ya inicié por distintas irregularidades, sólo puedo comentar que no fui despedido, sino que, una vez iniciado, mi reclamo acarrearía casi inevitablemente mi abandono del equipo Competencia. No fue una decisión fácil; todavía me dura –y durará bastante más aún- la pena que esta determinación generó en mi corazón. Allí quedan enormes amigos, que tienen el incalculable valor de ser amigos que se generaron en el marco de una actividad que en general es poco propensa a la formación de amistades sólidas, ya que en ella afloran a veces egos incontrolables y celos profesionales que derivan en enconos personales. Evitaré mencionar nombres por una razón fundamental: no quiero que la memoria me haga ser injusto con alguien por la extensión de la lista, que, afortunadamente, es muy numerosa.
Ahora comienza otra etapa. Será un tiempo en el que, mientras espero una chance de trabajo rentado en los medios, este blog será mi único vínculo con esta profesión a la que llegué casi por casualidad y de la cual hoy estoy perdidamente enamorado. En este espacio podré volcar las mismas inquietudes que me movilizaban en el estudio de radio Continental. Pero también me permitiré, con la autorización de todos ustedes, incursionar en temas que excedan lo meramente relacionado con el fútbol; y lo más importante: invitar a quienes distingan con su visita a este blog a dejar sus ideas y comentarios; las líneas que dejen para marcar su coincidencia serán muy bienvenidas; y las que expresen civilizadamente su desacuerdo serán mejor recibidas todavía.
Espero merecer vuestra visita.