sábado, 26 de junio de 2010

Nobleza obliga

Es muy importante para mí escribir esto antes del partido de mañana ante México. ¿Por qué? Por una razón muy simple: para que los resultados no sean un condicionante a favor ni en contra.
El 30 de octubre de 2008, el mismo día en que Diego se hizo cargo de la Selección, expresé lo que sentía y pensaba acerca de su designación y también dije que me encantaría tener razones en algún momento para escribir que aquel texto contenía conclusiones equivocadas.
En eso estoy en este momento. Ahora, que los nuestros cumplieron holgadamente con el mínimo exigible y antes de que se metan en la etapa de la búsqueda de logros importantes. Ahora, que todavía no se ganó nada y antes de que el análisis se contamine irremediablemente por la influencia del "diario del lunes".
Me pone muy feliz la actualidad de Diego Maradona. En el texto que cité antes hice una sentida mención de lo que él significa para todos los que amamos el fútbol y tenemos la enorme fortuna de ser argentinos para haberlo disfrutado en la cancha teniéndolo de nuestro lado. Pero, al mismo tiempo, la razón me llevaba a tener reservas y a no ser muy optimista.
Ha pasado el tiempo y mucha agua ha corrido debajo del puente. Este presente de Maradona no sólo me alegra por la cuestión sentimental de la gratitud que siento por él. Noto, además, un enorme y positivo cambio. La Selección que está jugando el Mundial no tiene nada que ver con aquella que fue a Uruguay en noviembre con la posibilidad latente de quedarse fuera. Aun a riesgo de pecar de insistente, repito que no estoy refiriéndome a los resultados deportivos.
Esta saludable realidad tiene que ver con otros aspectos. Por ejemplo, con la sólida cohesión que muestra un equipo argentino plagado de figuras, esas que muchas veces tienen problemas para controlar su ego y subordinarse sin condiciones al interés colectivo representado por las decisiones del entrenador. Diego Milito, por sus logros en la última temporada, podría ser considerado uno de los tres delanteros más importantes del mundo. Hoy por hoy es una estrella, sin dudas. Sin embargo, se banca sin chistar ser suplente y hasta se lo ve festejar con honesta alegría los goles de otros que están en el lugar en el que él seguramente quiere -y merece- estar. Demichelis comete un error costoso contra Corea del Sur y lo primero que hace Diego al finalizar el partido es correr a abrazarlo delante de todo el mundo, como inequívoca señal de apoyo irrestricto. Los encuentros con los periodistas son relajados, con conceptos firmes y sin demasiados conflictos innecesarios, de esos que a veces van a buscar algunos impresentables que quieren convertirse en la vedette de la conferencia. Punto a favor de lo que parece ser una clara pauta de conducta, muy distinta de la del Diego de poco tiempo atrás.
No vale la pena desmenuzar también en este espacio las virtudes futbolísticas y las debilidades, que también existen, de nuestro seleccionado. Abundan los análisis tácticos y estratégicos y muchos los hacen mejor que yo. Sí me gustaría destacar, como para retomar la autocrítica de aquella primera impresión de octubre de 2008, que el equipo demuestra trabajo. Se ven claros movimientos de sincronización en la dinámica del juego y también variantes en la utilización de situaciones de pelota detenida. Los cambios que decide el entrenador, más allá de que den puntualmente el resultado buscado, responden siempre a una lógica.
Como si algo faltara para que su nombre se haya convertido para nosotros en un sinónimo del deporte que tanto amamos, Diego ya no sólo vive, sueña, respira y suda fútbol, sino que también lo piensa; y con la misma lucidez con la que dejó solo a Burruchaga contra Schumacher en el 86 y a Caniggia en la calurosa tarde de Turin en el 90, ahora, desde el otro lado de la línea de cal, arma y hace jugar a su equipo.
Creo -espero que así sea- que ahora se entiende un poco mejor por qué es hoy que quiero publicar este texto. Porque todo lo que me gusta del ciclo de Diego Maradona como entrenador nacional no tiene que ver con la estadística. Los años de periodismo con Víctor Hugo -el Más Grande- me han inculcado la vocación de no convertirme en un mero comentarista de resultados. Por eso quería quería decir esto hoy, antes de que se juegue el partido contra México por los octavos de final del Mundial. Porque quiero que quienes se toman la molestia de seguir este espacio, al que tenía bastante abandonado, sepan que, aunque los aztecas nos dejen con las manos vacías mañana, lo que pienso es esto. Que noto un cambio, que me parece muy positivo y que hoy me alegra tener muchas razones para escribir lo que están leyendo.
Nadie como Diego Armando Maradona merece que le vaya bien con el seleccionado argentino, cualquiera sea el lugar desde el cual se relaciona con ella; y nadie como él se merece estas líneas reivindicatorias de quienes lo queremos bien y le estaremos siempre agradecidos, aunque aterrice en Ezeiza con la copa el 12 de julio o regrese a nuestro país antes de esa fecha y con las manos vacías.