miércoles, 12 de junio de 2019

Los promedios, un lastre que ya es hora de soltar


Hace ya muchos años, Julio Humberto Grondona, entonces presidente de la AFA, explicó sin rodeos en una recordada entrevista televisiva el porqué del sistema de promedios para determinar los descensos de categoría en el fútbol argentino. “Don Julio” le explicó a Ramiro Sánchez Ordóñez que se los instauró para cuidar a los equipos grandes y agregó que era igualmente beneficioso para los periodistas, que se verían también perjudicados por la eventual ausencia de los equipos más convocantes en la máxima categoría.

Hace pocos días, ante el surgimiento de versiones que daban cuenta de que en algún estamento de nuestro fútbol se estaba considerando la iniciativa de eliminar los promedios en la Superliga, no fuimos pocos los que nos ilusionamos con la idea de que por fin se aboliría un mecanismo que consideramos anacrónico, distorsivo y, fundamentalmente, injusto.

Para empezar el análisis desde lo más simple, cabe decir que esa finalidad confesada por Grondona no fue lograda; porque si tomamos en cuenta a los cinco denominados “grandes” de nuestro medio, tres de los cuatro que descendieron se fueron a la B empujados por la aplicación del sistema de promedios. Sólo San Lorenzo perdió la categoría por la tabla anual, en agosto de 1981. Racing Club (1983), River Plate (2011) e Independiente (2013) cayeron por el cómputo de las tres temporadas precedentes.

Más allá de la innegable ineficiencia del sistema de promedios en función de los poco nobles objetivos para los que fue concebido, su aplicación genera efectos distorsivos. Para buscar precisiones al respecto vale la pena adentrarse en este hilo de Twitter del colega Gastón Fernández, que se tomó el trabajo de revisar quiénes descendieron por promedios y quiénes debieron haber descendido en el caso de que se usara la tabla anual, la misma con la que se determina al campeón y a los representantes argentinos en los torneos continentales de clubes. Es decir, la misma a la que se recurre para dirimir todos los objetivos en las ligas mejor organizadas alrededor del planeta futbolero.

El informe de Fernández demuestra cómo, en el mejor de los casos, los promedios salvan o castigan a destiempo como regla general; o algo peor: en ese raconto queda claro que los promedios condenaron al descenso a algún equipo que no lo habría merecido en ninguna de las tres temporadas contempladas en el momento de su pérdida de la categoría. Es una locura y, sin embargo, para quien esto escribe ese puede ser el menor de sus defectos. Más importante, por ende más cuestionable aún, es que el sistema rompe con un principio elemental de cualquier competencia que pretenda ser seria: el de la igualdad ante las reglas de esa competencia. En cada temporada hay equipos que la comienzan con la plena certeza de que no descenderán aunque hagan la peor campaña de su historia. No todos juegan en las mismas condiciones cuando se trata de la lucha por la permanencia; y eso es la injusticia por definición, la cual no queda licuada por el hecho de que todos conozcan las reglas de antemano, como muchos argumentan a la hora de defender la aplicación de los promedios.

Es prácticamente imposible -y creo que ni siquiera corresponde hacerlo- evitar que los grandes sean grandes y los demás no lo sean tanto. La recaudación de fondos producto de la masa societaria o el poder de convocatoria, la mejor posición ante eventuales negociaciones de jugadores o la mayor disponibilidad de recursos derivada de otros ingresos hace que la brecha sea cada vez más amplia en ese aspecto; y eso, repito, es inevitable. Pero lo que no se puede permitir, ni mucho menos promover, es que la estructura de la competencia establezca criterios que contribuyan a agrandar esas diferencias que podríamos denominar como naturales. La organización debe garantizarle las mismas posibilidades reglamentarias a cada uno de los participantes. Todos deben empezar desde el mismo punto de partida, desde cero, y la consecución de los distintos objetivos debe ser determinada por la misma tabla.

En el fútbol sudamericano como conjunto se puede advertir una interesante intención de copiar criterios organizativos de los europeos, que han logrado elevar todas sus competencias al más alto nivel. El problema surge, creo, cuando esa intención choca con algunas bases del status quo reinante. No sirve hacer esa transformación por la mitad. La organización de todos nuestros torneos tiene que estar cada vez más cerca de los estándares europeos que tanta admiración nos despiertan; y eso, tengámoslo por seguro, no es una cuestión de recursos. Se trata de convicción, de determinación y de terminar de entender que la competencia futbolística bien organizada es más seria; si es más seria es más competitiva; y si es más competitiva es más atractiva.