martes, 20 de marzo de 2012

Es fútbol, muchachos; sólo fútbol


Estoy de acuerdo con que la AFA no tiene un sistema de justicia deportiva confiable. Fallos distintos ante situaciones similares, fallos reñidos con las reglas, fallos a medida del lobby que sea capaz de hacer el dirigente del club infractor y mil etcéteras refuerzan esta certeza. No hay dudas de eso, no está en discusión.

La convicción precedente, sin embargo, no sirve de ninguna manera como explicación ni atenuante para hechos como los ocurridos en el estadio de San Lorenzo el último domingo, tras el partido contra Colón. Una cadena de sucesos que debería avergonzarnos en nuestra condición de seres civilizados aficionados al fútbol.

Ya se ha analizado profusamente la jugada en cuestión y parece acreditado que Abal hizo una errónea interpretación de la recomendación que la FIFA había emitido para ese tipo de situaciones. Pero por seguro que se esté del error cometido por el árbitro (que no tuvo veinte repeticiones ni ángulos distintos para observar el movimiento de José Palomino), no se puede querer linchar al árbitro en su salida del campo de juego, no se puede permitir (si no, directamente, alentar) el ingreso de particulares y/o barrabravas a sectores restringidos en una pretendida búsqueda de “justicia”. Mucho más, cuando –por ejemplo- la misma gente de San Lorenzo festejó un error mucho más grave de Carlos Maglio en la decimoséptima fecha del Apertura pasado contra Tigre (rival directo en la pelea por la permanencia), cuando convalidó un gol de Nicolás Bianchi Arce que debió ser anulado por una grosera falta previa de Cristian Tula a Carlos Casteglione. Primera conclusión, básica, casi obvia para todo verdadero amante de cualquier deporte: los errores arbitrales van y vienen. Lo que hoy es un perjuicio, ayer fue o mañana será un beneficio. Es parte del juego y hay que entenderlo y aceptarlo así.

Antes de irnos de este ya famoso partido, detengámonos para este párrafo en la actitud casi antiprofesional de los jugadores de San Lorenzo, con Palomino a la cabeza: se desentendieron de la jugada al ver al asistente Fernández con la bandera levantada, cuando hasta en el fútbol infantil se tiene claro que el único elemento –y ningún otro- que detiene el juego es el silbato del árbitro; y no hay ninguna duda de que el de Diego Abal jamás sonó en la mentada situación.

Todo lo acontecido en el Nuevo Gasómetro es el punto de partida para una serie de reflexiones.
No se puede desde los medios fogonear la violencia, ya sea por desconocimiento o búsqueda de rating. Está bien citar el error de Abal, analizarlo y, fundamentalmente, enseñar de qué se trata. Está mal demonizar al árbitro arrojando sobre él un manto de sospecha. Si hay elementos que lo comprometen, hay que hacer la denuncia; si no, hay que aceptar y tolerar el error ajeno con la misma indulgencia con la que dejamos pasar los propios. Está mal mostrarse comprensivo y casi entender como lógicas las reacciones violentas, aunque sea amparándose en lo comentado en el primer párrafo de este texto. Nunca está bien la violencia. Nunca, por ninguna causa. Se trata de hacer el trabajo con buena leche.

No se puede, desde el amor a un club, creer que la justicia pasa por romper todo (hasta el propio estadio) y linchar a un árbitro que cometió una equivocación o, peor aún, amenazar a su familia y alentar a un ataque físico contra él publicando en foros de hinchas su domicilio y su número de teléfono. No se puede, como persona de bien, gritar a los cuatro vientos ante una eventual injusticia perjudicial y, luego, entender la beneficiosa como una justa compensación, porque así no se está buscando justicia, sino solamente fallos favorables, dando igual que sean justos o injustos. No se puede, desde la angustia que genera la situación deportiva, pensar que todo se debe a una confabulación siniestra tendiente a hacer descender a un equipo que, especialmente desde sus últimas conducciones dirigenciales, hizo más que sobrados méritos para estar donde está.

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