Es cierto, sí. Todavía quedan dos partidos. Falta saber, nada menos, quién será el campeón. Para la estadística el detalle no es menor, claro. Pero para mi análisis general sobre la Copa del Mundo que está por terminar, más allá de quién se lleve la gloria el domingo en Moscú, no va a modificarse la
fuerte sensación que tengo de haber visto un muy buen Mundial, que me regaló momentos de
mucho placer desde mi condición de amante apasionado de este deporte.
Comparto con
ustedes algunas ideas que quedaron dando vueltas en mi alma futbolera después
de este mes de tan intenso disfrute.
SOBRE EL
NIVEL DE JUEGO
Aquí
tenemos, creo, el eje de una de las más intensas discusiones futboleras de esta
Copa del Mundo. Hay quienes sostienen que la ausencia de las grandes potencias
en las instancias definitorias es un indicio incontrastable de la baja del
nivel de juego a nivel global. El hecho de que Alemania, Argentina, Brasil,
España y Portugal se fueran de la competencia antes de las semifinales era
inimaginable para muchos, entre los que me encuentro. Ahora bien: a lo que no
me sumo es a darles a mis valoraciones la entidad de línea divisoria entre lo
bueno y lo malo. Como no se dio lo que suponía que pasaría, el Mundial es
“loco”, “raro”, malo o de bajo nivel. No; en lo absoluto se puede afirmar eso
sobre la base de esa única evaluación. Me parece que es perezoso
intelectualmente y erróneo periodísticamente. En todo caso, antes de intentar
una conclusión definitiva busquemos elementos que la hagan sólida.
Salvo los
casos de Arabia Saudita y Panamá, que pagaron un alto tributo al escaso roce de
sus jugadores con el medio y el alto nivel Mundial, no hubo ningún seleccionado
que no mostrara sobre la cancha el fruto de un progreso más o menos notorio,
con las particularidades de cada caso. Casi todos los equipos emergentes
-permítanme llamarlos así- manejaron un concepto vital como punto de partida:
el orden. A ese orden le sumaron el conocimiento profundo de las virtudes y las
flaquezas del rival, con la ventaja de que mientras más grande o importante es
el oponente hay mucha más información sobre él y, así, se podrá trabajar mejor
sobre la neutralización de esas virtudes y, si fuera posible, también la
explotación de las flaquezas.
Hay más
cuestiones. Técnica, táctica y estrategia (éstas dos últimas todavía
menospreciadas por lo que podríamos llamar la línea “lírica” del fútbol). En
cada equipo de este Mundial hubo, al menos, uno o dos jugadores de marcada
riqueza técnica. Incluso las selecciones con menos historia ya muestran otra
cara en este aspecto. Uno de los elementos más notorios de este apartado es la
famosa “pelota quieta”, que, mal que le pese a Sampaoli, es una de las grandes
herramientas del fútbol moderno. Una situación aislada que por sí misma ofrece
la posibilidad de torcer el rumbo de un partido. No hay un solo equipo que no
tenga en su repertorio este tipo de movimientos preestablecidos para la
eventual disponibilidad de un tiro libre cerca del área rival.
Citemos
ejemplos concretos de desarrollo: a muchos les llamó la atención el rendimiento
de la Selección japonesa, pero cuando uno revisa el presente o la trayectoria
de sus futbolistas encuentra que la gran mayoría de sus integrantes juega o
jugó en las ligas más importantes de Europa. Ese roce es determinante si saben
capitalizarlo. Por eso, no hay que sorprenderse con el manejo de Kagawa, el
trajín inteligente con buen traslado de Hasebe o la pegada de Inui en el segundo
gol nipón contra Bélgica; o con lo bien que pueden armarse colectivamente
equipos como el mismo Japón, Corea del Sur, Irán o Marruecos para darles un
buen susto a potencias como Alemania, España y Portugal. Más que asombrarnos,
tenemos que empezar a entender que la brecha tiende a achicarse y que más
temprano que tarde, como hoy ocurre con Croacia, vamos a empezar a ver otros
nombres en los primeros lugares de cada competencia. El que está en el alto
nivel, ya con el techo cerca de la cabeza, no tiene mucho para mejorar en
cuestiones elementales y su desafío pasa por ver de qué forma logra que sus
mejores individualidades marquen la diferencia; pero para los que vienen desde
abajo, el margen de crecimiento es mucho mayor. Con los medios disponibles en
la actualidad y los recursos humanos idóneos para sacarles provecho, ya son
pocos los “chicos” que van a jugar contra los “grandes” pensando solamente en
perder por poco. Lo que antes era una quimera ahora se convierte en un sueño
posible, cuando no ya en una meta asequible. No hay que temerle a este cisma
futbolero mundial. Hay que aceptarlo y aprender a convivir con este
reordenamiento y sus consecuencias, como lo hacemos en otros deportes en los
que en los últimos tiempos los representantes argentinos logran objetivos que
hasta no hace mucho sólo podían permitirse soñar.
SOBRE EL VAR
Y LA TECNOLOGÍA
En el debut
mundialista de este dispositivo ha quedado mucha tela para cortar sobre su
implementación. Se lo impuso con la intención de darles más elementos a los
árbitros para “hacer justicia”, entendiendo por justicia el hecho de que un
árbitro pueda rectificar a tiempo un error o una omisión involuntarios de su
parte. Naturalmente, nadie podría oponerse seriamente a una iniciativa así
presentada.
El tema
pasa, por un lado, por el protocolo de procedimiento. Su uso es facultad
exclusiva del árbitro central. Sus colegas asignados a la sala de VAR pueden
sugerirle que repase alguna situación de las que figura en la lista de
instancias incluidas en ese protocolo; ellas son jugadas de penal, fuera de
juego y acciones en las que pudiera corresponder una expulsión. Pero todo queda
en la discrecionalidad del árbitro a cargo del partido dentro del campo de
juego, razón por la cual él podrá desestimar la recurrencia al VAR y, aun
acudiendo a él, el sistema la dará la posibilidad de volver a verlo desde
varios ángulos. Pero será ese mismo árbitro, con su propio concepto reglamentario,
quien evaluará lo que revea a través de la pantalla y tendrá para sí la
decisión final. En otras palabras, el VAR no garantiza el servicio de justicia
en acciones de interpretación. Apenas -y digo apenas porque me resulta poco en
función de lo mucho que su uso atenta contra la dinámica del juego- achica
levemente el margen. Habrá que ver en el futuro si la relación costo –
beneficio justifica su permanencia en las distintas competencias; y sobre este
último también entra a jugar lo monetario. La FIFA y las confederaciones
continentales pueden costearlo sin problemas para eventos de esta magnitud,
pero ¿qué pasa con las ligas sin mucho desarrollo económico? ¿Se justificará
erogar todo lo que requiere la implementación del VAR en función de las
potencialmente escasas veces en las que puede ser requerido y la falta de
garantías sobre su infalibilidad?
Distinto,
creo, es el caso de los dispositivos de resolución inmediata como la que
determina si la pelota traspuso la línea de gol o no. Ahí sí no hay matices que
analizar. Entró o no, de acuerdo a lo que indica el reglamento. El árbitro
recibe una señal electrónica en tiempo real y toma la decisión que corresponda
según el caso sin que se altere en lo más mínimo la continuidad de juego.
SOBRE EL
ARBITRAJE MUNDIALISTA
Antes de
meternos de lleno en esta cuestión es importante dejar aclarado que no
llegaremos a conclusiones sólidas si usamos los mismos parámetros con los que
evaluamos la realidad de nuestros campeonatos. Es más: extendería a toda
Sudamérica esta salvedad.
Ahora sí,
vamos de lleno. El Mundial les ofrece a los árbitros un contexto extremadamente
más amigable con su función que el que la rodea en nuestro ámbito (reitero:
esto incluye toda la CONMEBOL). La abrumadora presencia de cámaras, la
posibilidad de la recurrencia al VAR y la casi siempre estricta dureza de la
FIFA a la hora de sancionar inconductas de los jugadores, no les dan margen a
los futbolistas para cometer ningún tipo de exceso.
El argentino
Néstor Pitana es, quizás, uno de los más claros ejemplos de esa mayor comodidad
en el contexto FIFA. Un árbitro que en nuestro medio flaquea generalmente en
los momentos de tomar determinaciones gravitantes, se mueve sin inconvenientes
en los partidos mundialistas. Sus carencias fueron con él a Rusia, pero lo
comentado más arriba sobre el bajo grado de rugosidad de los encuentros casi no
lo expone a la encrucijada de tener que tomar una decisión drástica. Así, su tendencia
a dirigir sin hacer olas, su corpulencia e impecable estado atlético (datos no
menores en la consideración de las autoridades) y la pronta eliminación
argentina lo catapultaron al momento más importante de su carrera arbitral.
Algo más de
lo relacionado con el arbitraje de la Copa del Mundo. Creo que las autoridades
arbitrales de la FIFA, el suizo Massimo Busacca y el italiano Pierluigi
Collina, deberán revisar la instrucción de advertir a los jugadores de no usar
las manos para ganar posiciones en las pelotas aéreas sobre las áreas. Es ya
evidente que el mecanismo no funciona y, además, también atenta contra la
dinámica del juego. Es inviable que cada córner o tiro libre en forma de centro
sea precedido por una perorata que, a esta altura, es un juego de mentiras en
el que todos fingen decir la verdad y todos fingen creerse. El árbitro les advierte
a los futbolistas que si se agarran va a sancionar lo que corresponda y que
cobrará penal si el infractor es del bando defensor; los jugadores le levantan
las manos clamando inocencia y jurando que se cortarían las manos antes de
usarlas para tomar a un oponente. El árbitro da por sentado que su mensaje
llegó a destino y trata de no mirar. Los jugadores saben que el aviso fue
meramente protocolar y que hay pocas chances de que el árbitro pite un eventual
penal, así que se agarran de todos modos; y así, una y mil veces. De repente, a
algún futbolista se le va la mano o al árbitro le agarra un ataque de
reglamento y la jugada termina con una sanción justa en sí misma, pero que se
vuelve injusta en el cotejo con acciones idénticas en las que no pasó nada.
Uno de los
argumentos de los defensores de esta política de advertencia es que si se
sancionaran todos los penales que se producen por agarrones durante un partido,
el juego terminaría desnaturalizado. Lo que no explican es como entienden que
en el contexto de un partido de fútbol sea más “natural” un futbolista
colgándose o estirándole la camiseta a un rival para que no juegue que una
acción más relacionada con la naturaleza del juego como lo es una acción de
juego limpio de la pelota como un penal. Además, lo más seguro es que cuando
los jugadores tengan la plena certeza de que no hay margen para jugar
deliberada y antirreglamentariamente con las manos dejen de hacerlo.
Lo miré con
atención, lo paladeé y me llenó el alma de fútbol. Fue un Mundial que repartió
alegrías entre algunos de los que pocas veces o nunca las habían experimentado
y decepciones entre aquellos que llegaron a Rusia con el plan de jugar siete
partidos y terminaron yéndose mucho antes de lo previsto y deseado; un Mundial
que fue el ámbito para la consagración de nuevas estrellas. Un Mundial que solidificó
mi convicción de que la estantería futbolística global está moviéndose y con
serias intenciones de reacomodarse.
Es un
proceso histórico apasionante que tenemos el privilegio de poder presenciar.
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