No me siento
en condiciones de decir si es bueno en lo suyo o no. Sí puedo afirmar que Diego
Ceballos está lejos de ser lo que espero de un árbitro de fútbol. Me parece
importante empezar por esta puntualización para dejar en claro que lo que sigue
no se trata de una defensa personal del árbitro.
Tampoco
discuto que Diego Ceballos se equivocó al sancionar el penal con el que Boca
abrió el marcador frente a Rosario Central en la final de la Copa Argentina
jugada en Córdoba. La falta contra Peruzzi fue indudablemente fuera del área.
No les caigo a los árbitros, en cambio, en las jugadas del gol anulado a Marco
Ruben (una situación de interpretación en la que encuentro más argumentos para
defender que para criticar al asistente Marcelo Aumente) y en el convalidado
sobre el final a Andrés Chávez, a quien la revisión tecnológica de su posición al
momento de partir el pase encontró adelantado por una de sus rodillas. No más
de veinte centímetros en una jugada en velocidad, claramente dentro, al menos
en mi opinión, del margen de error tolerable en ese tipo de ocasiones.
Lo que
motiva este texto, sin embargo, no es la situación puntual sino todo lo que
sobrevino a la final de la Copa Argentina. Hubo una ola, liderada por la gente
de Rosario Central, que “pedía la cabeza” de Ceballos y de Aumente. Algunos,
incluso, lo pedían sin las comillas. Literalmente. En las primeras horas, la
AFA dejó trascender a través de periodistas acreditados en la AFA, posiblemente
para tantear el terreno, que a los dos árbitros se les había terminado la
carrera. Rápidamente quedó claro que tanto Ceballos como Aumente pertenecen a
la planta permanente de la AFA y que el despido liso y llano no sería tan fácil
desde el punto de vista legal, además de representar, en mi opinión, una medida
exageradamente drástica.
El
presidente Luis Segura fue hasta donde pudo. Ordenó suspender por tiempo
indeterminado a Diego Ceballos y a Marcelo Aumente. A Ceballos, además, lo hizo
sacar de la lista de árbitros internacionales argentinos para 2016 que la misma
AFA había mandado en octubre a la FIFA. Esto último representa, tanto en lo
profesional como en lo económico, un duro castigo para Ceballos. Segura también
decidió que sea el titular de la Comisión Arbitral -el presidente de Racing
Club, Víctor Blanco- quien designe a los árbitros, desplazando de esa tarea a
la Dirección de Formación Arbitral (DFA).
Pregunto: si
la AFA tiene a la DFA para evaluar el desempeño de los árbitros, ¿por qué un
dirigente, por más que sea el presidente, puede tomar una decisión tan terminante
sin esperar el análisis de los veedores e instructores? ¿Por qué la DFA, con
Miguel Scime a la cabeza, se dejó desautorizar así? ¿Por qué la Asociación
Argentina de Árbitros no salió públicamente a exigir que las tareas de Ceballos
y Aumente fueran evaluadas con criterios técnicos y no por los dirigentes con parámetros
tribuneros, polítiqueros y de conveniencia ocasional?
Ceballos, vale
aclararlo, dirigió la final de la Copa Argentina por el acuerdo de los dos
clubes. Porque, dicho sea de paso, así es como en la AFA se designa a los
árbitros para este tipo de instancias. Según el propio mandamás, no debiera
ocurrir. Así, los dirigentes aplican un protocolo confesamente inadecuado de
manera sistemática, pero luego se convierten en los inquisidores de Ceballos
por un error importante, pero error al fin. Por todo esto, la inmediata dureza
de Segura deja de manifiesto lo que, para mí, es una gran hipocresía.
Dejemos de
lado a los hinchas de Rosario Central. El hincha argentino en general, de
cualquier club, prescinde de la reflexión y se muestra siempre a la defensiva
contra presuntas conjuras en contra de sus respectivos clubes y exige ser
implacables con los errores perjudiciales, al mismo tiempo que muestra un temperamento
de perdón divino para aquellos fallos erróneos que le resultan favorables.
Pero a los
dirigentes del club Canalla les cabe otra responsabilidad. Si tienen algún
elemento que les permita demostrar que Ceballos los perjudicó deliberadamente,
comprado o no, que lo lleven a la Justicia, tanto la deportiva como la ordinaria.
Si no, y aunque se sientan ciertamente perjudicados, no suman saliendo a
prender fuego en los medios. En todo caso, tienen resortes estatutarios para
presentar una protesta formal ante la AFA. Pero cuando el propio Ceballos no
suspendió el partido contra Tigre en Arroyito por el piedrazo que le abrió la
cabeza al entrenador visitante, Gustavo Alfaro, fueron comprensivos con el
árbitro en un error que, por ser una decisión para la cual tuvo tiempo de hacer
evaluaciones, me resulta más grave que errarle a la sanción de un penal para el
cual sólo disponía de un golpe de vista.
Todo este
asunto saca a la superficie algo que requiere de una solución definitiva. Urge
un replanteo de todo el sistema de justicia de nuestro fútbol. La AFA debe
delegar en un ente colegiado y sin influencia dirigencial la evaluación,
promoción y designación de los árbitros, así como también reformular la estructura
del Tribunal de Disciplina conformándolo con personas idóneas independientes y
no como ahora, que los integrantes pertenecen a distintas instituciones
afiliadas a la casa mayor del fútbol argentino.
Julio
Grondona ya no está y su impronta sigue vigente. Hay un solo dirigente, Raúl Gámez,
que hace tiempo se distanció de Don Julio y sus procederes. Todos los demás,
incluso los hoy sobreactuantes presuntos impulsores de un cambio, han
manifestado oportunamente su admiración por el desaparecido Grondona.
Así será muy
difícil la recuperación de la confianza en la AFA y su organización; y sin ella,
la competencia futbolística pierde toda razón de ser.