Hay algo sobre lo que creo que
vale la pena apoyarse de arranque, por más obvia que resulte la mención: si se
perdió la final es porque se la jugó, se estuvo ahí; y es la segunda final en
dos años y en las dos competencias más importantes que puede jugar una
Selección de esta parte del mundo. A la del Mundial se volvió después de veinticuatro
años y a la de la Copa América después de ocho, habiendo pasado la amargura de
la prematura eliminación de la jugada en nuestro país.
El fútbol se empareja a nivel planetario.
Los que ganaban siempre ya no triunfan tan seguido y los que no ganaban nunca
empiezan a escribir sus páginas de gloria; y en lo que mí respecta, me resulta
apasionante estar presenciando este reacomodamiento del orden futbolístico
mundial.
Comparto en lo general la
visión que Gerardo Martino entregó en la conferencia de prensa; para mí también
fue Argentina la que hizo un poco más de mérito para llevarse la victoria, pero
en el contexto de un partido marcadamente parejo como fue esta final de
Santiago, la diferencia puede quedar escondida detrás de pequeños detalles. En
una de las últimas jugadas de un encuentro con pocas situaciones de gol, el
contraataque de Messi, Lavezzi e Higuaín falló por milímetros, como también
Alexis Sánchez tuvo la suya con un remate cruzado que salió por poco junto al
poste derecho de Romero; y en este contexto de tanta gravitación del detalle,
¿qué habría pasado si el mediocre y temeroso árbitro colombiano Wilmer Roldán
hubiese cobrado el penal a Marcos Rojo en el último minuto de los noventa del
tiempo regular? Si hubiese sancionado como correspondía la exasperante
recurrencia de Charles Aránguiz a la comisión de faltas, varias de ellas
merecedoras de amarilla, el ex Quilmes no habría terminado el partido. Lo de
Roldán no está planteado como una excusa, sino como una invitación a pensar
cuán cerca se estuvo de que algunas variables influyentes -y por ende, el
resultado- fueran diferentes.
Se idolatra a Javier
Mascherano con la misma intensidad con la que se castiga a Lionel Messi. Eso
habla en buena parte del desprecio que se tiene, en muchos casos por desconocimiento,
del juego en sí mismo; y no porque el mediocampista central no le aporte al
equipo en ese aspecto, sino porque Messi es, hoy por hoy, desde hace años y sin
discusiones alrededor del mundo, el máximo exponente. Pero aun blandiendo la
lupa sobre la presunta carencia espiritual y falta de amor por la Selección,
no se encuentra allí el vacío que muchos denuncian. Pensémoslo con lógica y buena leche: ¿A
cuántas convocatorias ha faltado Messi desde que jugó por primera vez con el
seleccionado mayor? ¿De cuántas de ellas, pudiendo haberse “bajado”, nunca lo
hizo? Si no quiere a la Selección, ¿cómo hizo para llegar a los cien partidos?
Se banca las persecuciones y los golpes sin chistar, porque sabe
que el equipo lo necesita siempre en la cancha; y para afrontar ese asedio con
esa actitud también hace falta mucho huevo, mucho más aún que para reaccionar,
pegar un golpe o dar un insulto e irse expulsado dejando al equipo sin su mejor
carta. Afirmar que Messi es un “pecho frío” o que “no le interesa jugar en la
Selección Argentina” (ni hablar de la historia de que no canta el himno) es,
para mí, una estupidez que se cae por su propio peso.
Carlos Tévez es en estos días
uno de los delanteros de más alto nivel en el mundo. Lo sabía Sabella, lo sabe
Martino y todos estamos de acuerdo con eso. Pero no es garantía de nada, como
no lo es ningún jugador sobre la faz de la Tierra. No lo fue Maradona, no lo es
Messi ni tampoco lo es Tévez. Todo lo demás son puntos de vista válidos y
conjeturas más o menos comprobables, como las que hay en esta misma nota un poco
más arriba. ¿Por qué lo lleva, si va a ponerlo poco? Porque es una de las
posibilidades que le ofrecen las atribuciones derivadas de su función. A mí me
cuesta pensar que Martino tome una
decisión sabiendo que está desechando otra a la que sabe mejor que la adoptada
para el bien del equipo; y luego de esto, es él y no nosotros quien trabaja con
los futbolistas en el entrenamiento y quien convive con ellos en el día a día
de la concentración. Pero claro, Martino tiene que tomar sus opciones antes de
los partidos, para ver cómo los gana; y nosotros podemos sentarnos a esperar
los resultados para saber si lo hizo bien o mal.
Habrá que ver cómo se suceden
los acontecimientos post Copa América y en lo previo a las Eliminatorias mundialistas
y la Copa América del Centenario. Ojalá me equivoque, pero tengo la sensación
de que en lo inmediato se vienen días complicados mediáticamente alrededor de
la Selección. Pueden aparecer convenientemente miserias que habrían quedado
convenientemente sepultadas si el resultado hubiese sido otro. Si esto sucede, habremos
vuelto a perder. Pero no por penales, sino por goleada.