En su ya tradicional espacio
radial de cada medianoche, el Negro Dolina se tomó un tiempito para hablar de su parecer sobre las transmisiones de fútbol en la Argentina. Fue crítico; y,
además, se expresó con la lucidez, la acidez y el sarcasmo que forman parte de
su marca registrada.
Dolina, detalle que aclaró a
la noche siguiente de su comentario original, no estaba refiriéndose
exclusivamente a las transmisiones de Fútbol para Todos. Escuchando con
atención y buena leche, esto quedaba más que claro. Habló de errores a la hora
de mencionar a los jugadores, citas ociosas de la estadística, imágenes que
sacaban al espectador del juego en sí mismo y otras cuestiones a las que
sintetizó como “una conspiración para que no veamos los partidos”.
Más allá de las exageraciones
y el tono irónico y, a veces, soberbio de Dolina, es importante detenerse en los
argumentos de su exposición. Creo que hay más de uno que son atendibles; pero
sólo voy a centrarme en los periodísticos, que son los que me involucran.
Comparto la convicción de que la estadística citada indiscriminadamente llena
el aire de datos absurdos y conducentes a nada; y mucho menos sirven para
animarse a prever, ni siquiera a suponer, el posible resultado del juego que
estamos transmitiendo. No tiene mucho sentido saber si el “9” de Karlsruhe
metió todos sus goles en las tardes de lluvia con menos de diez grados de
temperatura (permítaseme la exageración para graficar el ejemplo), así como
tampoco ensayar complicadas y abundantes explicaciones de situaciones que no
las requieren.
También consumimos muchas energías
y segundos de aire ocupándonos de vigilar con lujo de detalles si Fulanito
festeja o no el gol que le hizo a su exclub o al club tradicionalmente rival de
aquel con el que Menganito está más identificado o cómo recibió la hinchada
local a un exjugador o extécnico de su equipo. En otro tramo, el Negro mencionó
las charlas entre nosotros que no tienen relación con el partido; y ese es otro
punto en el que le doy la derecha. Las charlas y los chistes internos que dejan
fuera al espectador también ensucian la transmisión.
Él tampoco omitió la queja de
muchos invictos de sofá, que reconocen inmediatamente a todos los jugadores aunque
tengan los ojos cerrados. “No aciertan a los jugadores, no conocen ni a los que
juegan en nuestro país”. Eso no es así. Algunos más y otros menos, pero todos
los relatores confunden alguna vez jugadores durante el relato o comentario.
Eso no quiere decir que no conozcan o que sean malos profesionales. Siempre se
hace todo lo posible para reducir al mínimo el margen de error, que, de todos
modos, siempre está latente cuando se trabaja en vivo; y una vez cometido, no
se lo puede eliminar por más rápido que podamos hacer la rectificación de la
observación o el dato erróneos.
Lo que ocurre, a diferencia de
lo que sucedía en tiempos del fútbol codificado, es que hoy se ve por
televisión abierta los diez partidos de la Primera División y varios de la B
Nacional. Todo, además, está a disposición de una teleaudiencia muy masiva en
todo el país y el mundo gracias a las nuevas tecnologías. Antes, en cambio, los
pocos partidos disponibles en vivo sólo estaban al alcance de los que podían (y/o
querían) pagarlos; el resto nos llegaba varias horas (o días) después de
disputados con una prolija edición que disimulaba los errores, incluso haciendo
grabar posteriormente el audio sobre las jugadas que en el momento que se
produjeron habían sido erróneamente advertidas por los periodistas. El vivo no
da ese margen y, por lo precedente, pagamos el precio con mucho gusto.
Así todo, hay que aprender a
aceptar la crítica. Los periodistas la hacemos cotidianamente y en muchos casos
de nuestro lado tampoco se escatima la sorna y la ironía, cuando no la agresión
y/o la descalificación. De la misma manera que exigimos tolerancia para
nuestras críticas hacia otros, debemos recibir las que se hacen sobre nuestro
trabajo; y, por qué no, tomarnos el tiempo para analizarlas y ver si de ellas
hay algo que nos motive a rever y mejorar algunas de nuestras prácticas. La que
nos hizo Alejandro Dolina a mí me sirve.