martes, 17 de noviembre de 2015

Ceballos, la punta de un enorme iceberg

No me siento en condiciones de decir si es bueno en lo suyo o no. Sí puedo afirmar que Diego Ceballos está lejos de ser lo que espero de un árbitro de fútbol. Me parece importante empezar por esta puntualización para dejar en claro que lo que sigue no se trata de una defensa personal del árbitro.

Tampoco discuto que Diego Ceballos se equivocó al sancionar el penal con el que Boca abrió el marcador frente a Rosario Central en la final de la Copa Argentina jugada en Córdoba. La falta contra Peruzzi fue indudablemente fuera del área. No les caigo a los árbitros, en cambio, en las jugadas del gol anulado a Marco Ruben (una situación de interpretación en la que encuentro más argumentos para defender que para criticar al asistente Marcelo Aumente) y en el convalidado sobre el final a Andrés Chávez, a quien la revisión tecnológica de su posición al momento de partir el pase encontró adelantado por una de sus rodillas. No más de veinte centímetros en una jugada en velocidad, claramente dentro, al menos en mi opinión, del margen de error tolerable en ese tipo de ocasiones.

Lo que motiva este texto, sin embargo, no es la situación puntual sino todo lo que sobrevino a la final de la Copa Argentina. Hubo una ola, liderada por la gente de Rosario Central, que “pedía la cabeza” de Ceballos y de Aumente. Algunos, incluso, lo pedían sin las comillas. Literalmente. En las primeras horas, la AFA dejó trascender a través de periodistas acreditados en la AFA, posiblemente para tantear el terreno, que a los dos árbitros se les había terminado la carrera. Rápidamente quedó claro que tanto Ceballos como Aumente pertenecen a la planta permanente de la AFA y que el despido liso y llano no sería tan fácil desde el punto de vista legal, además de representar, en mi opinión, una medida exageradamente drástica.

El presidente Luis Segura fue hasta donde pudo. Ordenó suspender por tiempo indeterminado a Diego Ceballos y a Marcelo Aumente. A Ceballos, además, lo hizo sacar de la lista de árbitros internacionales argentinos para 2016 que la misma AFA había mandado en octubre a la FIFA. Esto último representa, tanto en lo profesional como en lo económico, un duro castigo para Ceballos. Segura también decidió que sea el titular de la Comisión Arbitral -el presidente de Racing Club, Víctor Blanco- quien designe a los árbitros, desplazando de esa tarea a la Dirección de Formación Arbitral (DFA).

Pregunto: si la AFA tiene a la DFA para evaluar el desempeño de los árbitros, ¿por qué un dirigente, por más que sea el presidente, puede tomar una decisión tan terminante sin esperar el análisis de los veedores e instructores? ¿Por qué la DFA, con Miguel Scime a la cabeza, se dejó desautorizar así? ¿Por qué la Asociación Argentina de Árbitros no salió públicamente a exigir que las tareas de Ceballos y Aumente fueran evaluadas con criterios técnicos y no por los dirigentes con parámetros tribuneros, polítiqueros y de conveniencia ocasional?

Ceballos, vale aclararlo, dirigió la final de la Copa Argentina por el acuerdo de los dos clubes. Porque, dicho sea de paso, así es como en la AFA se designa a los árbitros para este tipo de instancias. Según el propio mandamás, no debiera ocurrir. Así, los dirigentes aplican un protocolo confesamente inadecuado de manera sistemática, pero luego se convierten en los inquisidores de Ceballos por un error importante, pero error al fin. Por todo esto, la inmediata dureza de Segura deja de manifiesto lo que, para mí, es una gran hipocresía.

Dejemos de lado a los hinchas de Rosario Central. El hincha argentino en general, de cualquier club, prescinde de la reflexión y se muestra siempre a la defensiva contra presuntas conjuras en contra de sus respectivos clubes y exige ser implacables con los errores perjudiciales, al mismo tiempo que muestra un temperamento de perdón divino para aquellos fallos erróneos que le resultan favorables.

Pero a los dirigentes del club Canalla les cabe otra responsabilidad. Si tienen algún elemento que les permita demostrar que Ceballos los perjudicó deliberadamente, comprado o no, que lo lleven a la Justicia, tanto la deportiva como la ordinaria. Si no, y aunque se sientan ciertamente perjudicados, no suman saliendo a prender fuego en los medios. En todo caso, tienen resortes estatutarios para presentar una protesta formal ante la AFA. Pero cuando el propio Ceballos no suspendió el partido contra Tigre en Arroyito por el piedrazo que le abrió la cabeza al entrenador visitante, Gustavo Alfaro, fueron comprensivos con el árbitro en un error que, por ser una decisión para la cual tuvo tiempo de hacer evaluaciones, me resulta más grave que errarle a la sanción de un penal para el cual sólo disponía de un golpe de vista.

Todo este asunto saca a la superficie algo que requiere de una solución definitiva. Urge un replanteo de todo el sistema de justicia de nuestro fútbol. La AFA debe delegar en un ente colegiado y sin influencia dirigencial la evaluación, promoción y designación de los árbitros, así como también reformular la estructura del Tribunal de Disciplina conformándolo con personas idóneas independientes y no como ahora, que los integrantes pertenecen a distintas instituciones afiliadas a la casa mayor del fútbol argentino.

Julio Grondona ya no está y su impronta sigue vigente. Hay un solo dirigente, Raúl Gámez, que hace tiempo se distanció de Don Julio y sus procederes. Todos los demás, incluso los hoy sobreactuantes presuntos impulsores de un cambio, han manifestado oportunamente su admiración por el desaparecido Grondona.

Así será muy difícil la recuperación de la confianza en la AFA y su organización; y sin ella, la competencia futbolística pierde toda razón de ser.

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